En consonancia con los vicios que paulatinamente ha contraído la
sociedad moderna, la atención sanitaria manifiesta un déficit de
sensibilidad hacia el paciente. El rol de los equipos asistenciales ha
ido derivando hacia la senda de una masiva tecnificación que ha privado
de buena parte del componente humanitario que demanda la situación de
todo paciente, máxime en aquellos de estancias de larga duración o en
condiciones terminales.
Desgraciadamente, no resultan infrecuentes ciertas actitudes
arrogantes de profesionales de la enfermería que, sabedores de su
superioridad respecto al paciente en cuanto a conocimientos técnicos,
desmerecen la condición humana de quienes tienen a su cuidado, ignorando
necesidades de los pacientes más allá de la eficacia de los
procedimientos clínicos que se les aplican.
Los espectaculares avances tecnológicos vividos en las últimas
décadas en el ámbito de atención sanitaria garantizan al paciente al
máximo nivel los cuidados que necesita, algo que sigue una trayectoria
inversa a la calidez y cercanía del enfermero. No cabe duda de que en
tales situaciones puede generarse un estado de insatisfacción en el
paciente que poco contribuye a la recuperación del proceso que le
aqueja.
Ahora bien, ¿cómo humanizar la relación entre el técnico sanitario,
dotado de solventes conocimientos científicos, y el
ciudadano-usuario-paciente que, como parte débil de la relación, se
siente atenazado por el padecimiento de una enfermedad que le deteriora
emocionalmente?
Sin duda alguna, entre los recursos de capital importancia para
entablar una relación enfermero-paciente en clave humanitaria, un
generoso empleo de las artes de la información y la comunicación se
antoja indispensable, aunque no del todo suficiente. Tanto el lenguaje
verbal como el no verbal entrañan un papel básico en los primeros
compases de esa relación. Una cuestión como el tono de voz empleado
puede infundir sensación de cordialidad o de indiferencia, que
condicionará en gran medida la receptividad del paciente en lo sucesivo.
Por otro lado, un sutil manejo de la sonrisa suele transmitir la
confianza necesaria como para afrontar el inmediato futuro con menos
ansiedad o angustia.
Cuando un paciente se dirige al enfermero como profesional de la
salud, este le recuerda su vulnerabilidad y es fundamental que los
cuidados que le preste tengan en consideración la dimensión humana de
aquel. Está más que comprobado que la cercanía hacia el enfermo es muy
eficaz para que este sepa acortar distancias con el entorno hospitalario
que por inercia le es hostil desde un principio. En este plano, los
profesionales de la enfermería ocupan una posición privilegiada como
elementos más próximos en la esfera de relaciones del paciente. De ello
se desprende su extraordinaria aptitud para detectar la ansiedad y
combatirla haciendo uso de las actuaciones propias de la enfermería.
Los cuidados de enfermería requieren la máxima personalización
posible hasta donde el sistema, económica y operativamente, permita.
Ello implica que en el momento de ejecutar un acto clínico determinado,
el profesional empatice con el ser humano que está recibiendo su
servicio y trascienda de la mera relación formal enfermero-paciente.
Por último, decir que dentro de este proceso de humanización del
trato en la atención sanitaria, es clave recabar la opinión de los
pacientes, a los que se deben tender cauces permanentes de comunicación.
En definitiva, es necesario complementar los conceptos teóricos con
acciones personales que revelen un trato humano y un interés por ayudar
al paciente.
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